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Foto del escritorAlfredo Nava Escárcega

Cosa de Monos

Me pregunto si los estudiantes de hoy siguen aprendiendo Economía de la misma forma que lo hice yo hace 20 años, asimilando una y otra vez modelitos algebraicos que suponen que las personas son unos seres ultra racionales que lo resuelven todo con lógica perfecta. En muchas ocasiones estudiar Economía se pareció mucho más a estudiar de Ufología, siempre hablando de unos seres que nadie podía ver y tan hiperinteligentes como sacados del planeta Vulcano. No sorprende que la Economía que estudiamos, tan distante de la realidad y tan inútil para proveer soluciones prácticas, se haya refugiado en la alta complejidad matemática para legitimarse y modelar un mundo que si bien no es real al menos pretendía definir al ser humano ideal.


Considerar al hombre como un ser mega racional en sus decisiones económicas es algo que se cree deseable desde Aristóteles y que alcanza su máxima expresión con Adam Smith, para muchos el padre de la Economía Moderna, cuando inventa esa mano invisible que da un equilibrio perfecto a todo. Para nada desestimo este pensamiento, creo que fue una manera de simplificar las tremendamente complejas conductas humanas. Después de todo, cuando uno pregunta a un economista qué aprendió en la carrera prácticamente todos respondemos lo mismo: 'Nada concreto en realidad, sentí que salí sin saber nada práctico, pero debo reconocer que me ordenó la cabeza para tomar decisiones'.


Desilusionados de este enfoque mega racional, no es de extrañar que en la primera década de este siglo surgiera un cambio de paradigma para entender a la Economía fuera del plano de lo ideal, usando ahora una visión mucho más realista del juicio humano con sus defectos y virtudes. Esto se lo debemos a psicólogos como Daniel Kahneman, ganador por cierto del nobel de Economía en 2002, quien popularizó un enfoque evolutivo del hombre no como un ser perfecto, sino como un animal perfectible tomando en cuenta sus sesgos cognitivos, el papel de sus emociones y el de la incertidumbre. Hoy la Economía aprende más de los experimentos conductuales que de las ecuaciones y seguro que Adam Smith hubiera tenido un paro cardiaco al escuchar que nuestras avanzadas economías parecen operan de hecho de la misma forma en que lo harían otras comunidades de primates como los gorilas o los chimpancés y, que nuestros sesgos supuestamente irracionales no son más que el resultado de una conducta biológica que evoluciona de a poco, menos rápido de lo que quisiéramos.


La psicóloga Laurie Santos (de quien recomiendo amplísimamente su podcast The Happiness Lab) comenzó en 2006 una serie de estudios controlados para entender por qué los seres humanos somos a veces tan malos para tomar decisiones económicas. La psicóloga de Yale enseñó a un grupo de monos capuchinos a utilizar dinero; con un poco de ayuda los monos aprendieron rápidamente a intercambiar con los humanos unas moneditas de metal por comida mostrando rasgos muy humanos en el manejo del dinero, como prestar atención al precio de las cosas (número de frutas que los humanos ofrecían por cada moneda), la calidad o dulzura de la comida comprada, los momentos de descuentos, en fin, el mismo comportamiento que las personas tienen en un mercado complejo, incluyendo aspectos como la falta de ahorro (ningún mono guardó monedas para después) o el robo (los monos se arrebataban las monedas ocasionando violentas trifulcas).


Una vez que los monos mostraron dominio con el uso del dinero los científicos elevaron la complejidad de los experimentos para simular problemas como el riesgo. De esta manera un humano confiable ofrecía un pedazo de manzana y agregaba al final siempre otro pedazo extra, mientras que otro humano riesgoso agregaba dos pedazos extra en la mitad de las ocasiones y ninguno en la otra mitad. Los monos exhibieron una preferencia por la opción certera usando sus monedas para comprar al primer vendedor confiable pero no al segundo. Sin embargo, los resultados fueron diferentes cuando el juego fue presentado como una pérdida, ofreciendo de saque tres pedazos de manzana y quitando al final un pedazo en todas las ocasiones por el humano confiable, mientras que el humano riesgoso quitaba dos piezas o ninguna en la mitad de veces. Aquí los monos prefirieron arriesgarse a no perder y escogían siempre la opción riesgosa. Si bien el resultado matemático de todas estas opciones es el mismo (dos pedazos de manzana) los monos mostraron una evidente preferencia por la opción segura cuando se enfrentaban a ganancias, pero optaron por la opción riesgosa cuando se enfrentaban a pérdidas. Los monos se comportaron exactamente igual que los humanos, quienes odiamos perder y por tanto nos convertimos en personas (o monos) más arriesgados y tontos cuando estamos perdiendo, como los jugadores en casinos.


El valor de estos experimentos, junto con muchos otros realizados con primates alrededor del dinero hace ver que el comportamiento económico humano, lejos de los grandes supuestos de racionalidad, es realmente la consecuencia evolutiva de nuestros antepasados biológicos, por lo que nuestras reacciones, sobre todo en momentos de estrés, serán usualmente instintivas y no muy diferentes a la de los monos capuchinos.


El propósito de esta nueva perspectiva de la Economía Conductual no es hacernos sentir condenados al animalismo irracional, todo lo contrario, se trata de reconocer los sesgos de decisión presentes incluso en otros primates para ayudarnos a entender porque la evolución los ha conservado como rasgos útiles del comportamiento y en qué otros casos conviene dominarlos.


Paradójicamente, cuando reconocemos nuestra irracionalidad podemos ser un poco más sabios.

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