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CSO: Chief Spiritual Officer

Dice el adagio que no solo de pan vive el hombre y esta dimensión de la remuneración no monetaria de una empresa ha venido creciendo desde hace unos diez años. Hoy es más común que el lugar de trabajo incluya herramientas como la meditación, el mindfullness o incluso el yoga en un esfuerzo por hacer más felices a las personas, y ya sabemos lo que dicen, empleados felices son empleados más productivos. Hay un lugar en el mundo en donde la práctica de cultivar el espíritu alcanzó un nivel de fervor mucho más propio de la religión que lo visto en las empresas, paradójicamente se trata de uno de los sitios menos religiosos de los Estados Unidos: Silicon Valley.


Recuerdo una reveladora historia de Marc Benioff, CEO de Salesforce y uno de los primeros en contribuir al código de Macintosh. En una conferencia narró el íntimo cierre del funeral en Stanford de su amigo Steve Jobs. Dentro de una caja café repartida a los asistentes se encontraba la última gran lección de Jobs, una copia del libro Autobiografía de un Yogi de Paramahansa Yogananda, un monje hinduista que fundó en 1924 un movimiento espiritual en Santa Mónica California. El mensaje final de Jobs a sus amigos, según el CEO de Salesforce, era «actualízate y mira el mundo desde dentro hacia afuera para buscar las respuestas en la intuición verdadera del espíritu».


Fred Kofman es un economista por la Universidad de Buenos Aires que se mudó al área de la Bahía de San Francisco a finales de los ochenta para completar su doctorado en la UC Berkeley. Enfocado en los asuntos de liderazgo organizacional fue vicepresidente de desarrollo ejecutivo de Linked In y Google y se describe a sí mismo como un Chief Spiritual Officer asegurando que «el objetivo de un negocio no es lograr el éxito comercial, sino ser un medio para que las personas se autorrealicen y logren la autotrascendencia». Como ejemplo de ello destaca el instituto Search Inside Yourself que fue creado por Google en 2007 con el objetivo de mejorar las habilidades de compasión y conciencia espiritual de los empleados. No es de extrañar que la búsqueda de trascendencia ocurriera en un sector ya altamente remunerado y en donde el valor de las compañías depende mucho de la atracción del mejor talento para innovar y lograr una perfecta ejecución.


Convertir el trabajo en una religión con fines productivos no está exento de críticas. La doctora en Sociología Carolyn Chen presenta una reflexión del fenómeno en su libro Work Pray Code: when work becomes religion in Silicon Valley. Allí describe como la necesidad de atraer a los mejores empleados a través de snacks en la oficina, tres comidas al día en esplendorosos bufets orgánicos, masajes holísticos y sesiones de relajación con cuencos tocados por monjes budistas traídos desde el mismo Tíbet, se fue convirtiendo en la versión secular de una nueva religión. En un ejercicio con más de cien entrevistas de empleados del sector tech las mismas historias se repetían una y otra vez: los trabajadores manifestaron que la vida en las empresas tecnológicas las convirtió en «personas más completas, más auténticas, más espirituales y con un sentido en su vida». La mayoría de los entrevistados describieron sus carreras profesionales como viajes de crecimiento espiritual que habían encontrado por una suerte de llamado que les decía «You can change the world with this app».


En opinión de Chen el problema principal es que el trabajo sustituya a la fe a través de ritos y prácticas propias de la religión con el único propósito de optimizar la mente para ser más productivos. Cree que esto fue sucediendo en Silicon Valley toda vez que empleos altamente remunerados y demandantes dejaron poco tiempo para la persecución de un sentido en la vida fuera del trabajo; virtudes típicamente reservadas a la familia, la iglesia, el voluntariado o incluso el deporte fueron sustituidos por una nueva comunidad de trabajo 24/7 que ofrecía ahora un significado espiritual para estos arduos retos profesionales. Según esta socióloga las funciones sociales y trascendentales de la religión se llevaron al trabajo creando lazos más allá de lo económico y se convirtieron en relaciones pastorales cuando las empresas buscaron satisfacer cada necesidad potencial de un empleado (física, mental y espiritualmente) para atraer y mantener al mejor talento.


¿Qué tiene esto de malo? Personalmente, creo que la persecución de un propósito o sentido en tu trabajo es el combustible necesario para hacer con pasión lo que hacemos. Y cuando te das cuenta de que, en un sector como el tecnológico 9 de cada 10 emprendimientos fracasan, comienzas a requerir algo parecido a la fe para creer que la tuya será esa empresa que subsista. Después de todo, las personas y, mucho más las nuevas generaciones, buscan siempre la trascendencia hasta en los espacios tradicionalmente más seculares como la oficina. Pero una cosa es hacer uso de herramientas para recuperar y descansar la mente y, otra muy distinta, es creer que la empresa pueda ser una institución con la permanencia necesaria para cimentar la fe y el sentido central de la vida de sus empleados; una solidez y continuidad mucho más propia de instituciones como la religión o la familia.


Hoy la estabilidad no es algo muy común en los negocios tan inmersos en toda suerte de cambios y ciclos, y esto es quizá más claro en el sector tecnológico donde 120 mil empleados han perdido su trabajo en 2022. De pronto empleados acostumbrados a contar con varias ofertas laborales ahora compiten por trabajos entre miles de postulantes repitiéndose historias de decepción existencial: Cuando fui despedida caí en un espiral de crisis que sentí como la muerte misma. ¿Quién soy? ¿Qué valor tengo? Ahora vivimos un mercado laboral muy saturado en el sector tecnológico y llegué al punto en que realmente busco cualquier empleo que esté disponible —describe una ex empleada del sector tech entrevistada también por Chen en una realidad que contrasta con el sólido sentido de su vida que hasta hace poco tiempo estuvo ligado a los resultados de su empresa.


En un mundo donde las personas dicen ser cada vez menos religiosas pero mucho más espirituales resulta prudente replantearnos dónde enfocar esa búsqueda y aferrarnos a instituciones en donde la espiritualidad y el alma sean fines en sí mismos y no herramientas productivas. Sin negar la función dignificadora del trabajo, esta búsqueda debería sustentarse mucho más en nuestro interior, en los templos y en nuestras comunidades.

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