Hace unos días en medio de un embrollo de vuelos cancelados recordaba que el mundo a veces queda muy lejos y que hay que estar allí para conocerlo. Las demoras en los aeropuertos, llenos de pasajeros varados, suelen crear verdaderas hermandades de fila y las pláticas entre extraños abrevian los eternos retrasos. Suelo ser tímido para iniciar la plática, pero siempre he confiado en la bondad de los desconocidos y el hombre que tenía a mi lado parecía muy amigable. Mi compañero de espera resultó ser un joven de nombre Aruna cuyo acento en inglés me resultaba difícil de seguir. Recién egresado de ingeniería computacional había salido por primera de su vez país para acudir durante una semana a un congreso de seguridad cibernética en Kioto, Japón. Había pasado unos días de mucho aprendizaje en ese país, pero sobre todo de asombro, de ese que se siente cuando admiras los logros ajenos sabiendo que a ti te falta algo más que mucho esfuerzo para conseguirlo. Después de probar las mieles del desarrollo regresaba a enfrentar un futuro incierto en su país, Sri Lanka.
La historia que me contó me hizo sentir escalofríos, quizá ya había leído algo del tema hace tiempo, pero no le había dado ninguna importancia. Sri Lanka es una isla al sur de la India con playas de ensueño; alguna vez colonia británica logró su independencia en 1948 y a partir de la década de los setenta implementó una serie de reformas económicas que la sacaron de la pobreza y la convirtieron en un país de ingresos medios con varias industrias de exportación incluyendo la producción de alimentos, la industria textil y los servicios de telecomunicación. Si bien el país enfrentó varios episodios de guerra civil desde 1983 la vida seguía su curso más o menos de manera próspera. Fue en 2009 cuando el periodo de conflicto llegó oficialmente a su fin creando una oportunidad histórica para catapultar a Sri Lanka a la paz y al éxito económico, algo que nunca sucedió ya que los gobiernos que se instauraron en el poder después de la revolución acumularon de a poco una serie de malas decisiones que metieron al país en una crisis humanitaria.
Aruna me contó historias de desesperanza que se repiten en su país todos los días, algunas me parecieron de hecho muy conocidas para algunos latinoamericanos como la hiperinflación y la deuda inmanejable del gobierno. Pero una me pareció particularmente impactante, cuando uno de sus familiares se quedó sin dinero y tuvo que pasar 18 días formado en una ciudad distante en espera de destinar lo poco que le quedaba para comprar combustible para su tuk-tuk, su única fuente de ingresos. Créanme que me cercioré de haber entendido bien lo que me decía pues mi mente no concebía una fila de 18 ó 20 días viviendo en la intemperie y al margen de los connatos de violencia que se pueden imaginar que esas esperas conllevan. La falta de combustibles fue tal que el país simplemente se paralizó, los camiones y autos se quedaron varados y durante varios meses nadie pudo llegar ni a las escuelas ni a los trabajos. A eso se sumó el hambre que afecto al menos al 86% de la población luego de que la producción de alimentos se desplomara en el país.
¿Cómo se convirtió el éxito de un país en un abrumador fracaso? La respuesta de Aruna me sorprendió: «Quisimos vivir más allá de nuestros medios». Y es que, luego de la revolución de 2009, los gobiernos implementaron un agresivo recorte de impuestos al tiempo que otorgaron un mar de subsidios y apoyos sociales. Su fórmula parecía simple, inyectar dinero en la economía para movilizar el consumo interno y favorecer a las empresas con una menor carga fiscal para que aumentaran sus inversiones. El resultado temporal fue un clamor popular que celebraba la aparente prosperidad de estos nuevos y benévolos gobernantes. Como el medio ambiente también era importante, Sri Lanka propuso ser la primera nación libre de pesticidas sintéticos y convertir a toda su agricultura nacional en 100% orgánica. Esto que en teoría sonaba bien, al momento de ser implementado por decreto ocasionó una caída en la producción de arroz de más del 40%, dejando a millones de personas sin acceso a este alimento básico en esta región del mundo. Las exportaciones de té, tan relevantes para la economía nacional, cayeron de forma inmediata en un 18% y los precios de los alimentos se incrementaron de la noche a la mañana en más del 100%. Sin combustibles, sin alimentos, en medio de apagones y sin divisas, el gobierno federal optó por el camino falso y ya muy conocido en otras latitudes de imprimir masivamente dinero provocando una hiperinflación y un estallido masivo de protestas que culminaron en julio de 2022 con la toma violenta de la casa de gobierno, incendios masivos en templos y oficinas y el derrocamiento del presidente.
La historia de Sri Lanka me hizo recordar lo delicado que es el bienestar y cuan rápido se puede derrumbar aquello que tomó décadas en construir. También me hizo ver los riesgos de vivir en un ambicioso sistema de bienestar social sin contar con fuentes de financiamiento sostenibles para mantenerlo. Ultimadamente, el gobierno de Sri Lanka buscó implementar un sistema de salud y educativo al estilo británico, pero mantuvo un presupuesto de gobierno que no alcanza más allá del 8% de su PIB; muchos gastos y pocos ingresos terminaron siendo una bomba de tiempo.
Si bien Aruna regresa cabizbajo a su país al menos cree que lo peor ya ha pasado, después de todo, tiene un buen empleo en una empresa transnacional y la inflación parece haber cedido luego de que el nuevo gobierno implementara una serie de medidas de estabilización incluyendo la supresión de los subsidios, el aumento de impuestos, el plan de un banco central independiente, abrir su comercio internacional y sobre todo haber recibido multimillonarios paquetes de ayuda del Fondo Monetario Internacional, el Banco Asiático de Desarrollo, el Banco Mundial y de naciones como India, China y Japón. La disciplina de su nuevo gobierno y la vigilancia de sus habitantes para que esto se cumpla serán claves para sortear estas reestructuras.
Aruna está muy consciente de la incertidumbre en su país y por eso mantiene un ojo en las oportunidades laborales que le puedan surgir en Japón; sabe que es privilegiado por haber visitado Kioto para capacitarse y cree que su país puede algún día ser igual de desarrollado. Sólo es cuestión de tiempo y de estudiar más −me dijo mientras que se levantaba para alcanzar su siguiente vuelo.
Komentáře