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Fusiles por laptops

Actualizado: 20 mar 2022

El mundo es testigo de una guerra fratricida en una época en la que los conflictos bélicos entre los pueblos y naciones se habían considerado como superados. La razón principal es que la naturaleza de la economía ha cambiado, evolucionamos desde un mundo en el que la riqueza solía residir en los recursos físicos, como las minas de carbón y el oro, a otro en el que el conocimiento y la capacidad de innovación son los verdaderos generadores de riqueza. Hoy no se puede empezar una guerra, atacando Silicon Valley por ejemplo, y esperar adueñarte de sus minas de silicio. La realidad es que no existe silicio en Silicon Valley sino que basa su riqueza en el talento humano que colabora todos los días en sus universidades, empresas y centros de investigación para innovar. El conocimiento no puede robarse por la vía de las armas.


La lógica de la riqueza basada en ideas hace hoy difícil que las guerras sean económicamente rentables. Las potenciales ganancias que Rusia podría tener reordenando el comercio de energéticos en Europa difícilmente superarán los gastos en los que está incurriendo en su invasión militar a Ucrania y, muchos estiman incluso que Rusia incurrirá en medidas tan desesperadas como la impresión de dinero para solventar estos gastos lo que irremediablemente culminará en un ambiente de hiperinflación en dicho país.


Rusia posee una economía pequeña y basada fundamentalmente en la exportación de energéticos, además de que su productividad y capacidad de innovación se han estancado. Aun si Rusia recortara el suministro de gas a Europa como parte de su ataque, el mayor costo económico en el largo plazo lo tendría el propio país ya que la Unión Europea ha iniciado una transición de sus importaciones de gas desde otras latitudes y un cambio en su matriz energética para favorecer energías alternativas no fósiles. Parece entonces que la guerra podría traer sólo desastres económicos al país.


Una de las grandes lecciones para la humanidad sobre cómo sustituir el paradigma de la guerra por el de la innovación ha venido ocurriendo en Ruanda en los últimos 30 años. Durante abril de 1994 sucedió allí uno de los episodios más aterradores de la historia reciente. En poco más de 30 días ochocientos cincuenta mil personas fueron asesinadas a machetazos en un plan de exterminio promovido por el grupo étnico Hutu en contra de la población minoritaria Tutsi en un problema que se remonta al reparto colonialista del África por parte de Europa. En medio de un discurso de odio, violaciones masivas y cruentos asesinatos en escuelas, iglesias y hogares el conflicto hundió a Ruanda en una conmoción humanitaria inimaginable, una masacre que destruyó casi todo orden institucional para dar paso a un clima infernal del que difícilmente una nación podría salir adelante pronto.


¿Cómo se supera un conflicto que acabó con el 12% de la población de un país y en el que se calcula que el 80% de los niños sobrevivientes fueron testigos visuales de asesinatos a machete? ¿Cómo se puede sobreponer uno después de haber vivido esa atrocidad?


Con las manos manchadas de sangre los habitantes de Ruanda se dieron cuenta que el tiempo de matar había acabado y que el siglo 21 había comenzado. Ruanda se perdonó a sí misma siguiendo la metodología de Paz que Mandela había ofrecido al mundo años antes en Sudáfrica y, luego de perdonar lo imperdonable, se propusieron reconstruir su nación desde las cenizas y cambiar el paradigma de su sociedad para transformar a los guerreros en empresarios.


En el año 2000 el gobierno presentó el Plan Visión 2020, un detallado plan de nación para crear una nueva Ruanda que consistía en dos principales objetivos que transcribo aquí textualmente: 1) transformar la economía agraria de Ruanda en una economía basada en conocimiento y 2) aumentar la productividad de la clase media mediante el apoyo a los emprendimientos y a la innovación. ¡Sí, en el 2000 un pequeño país de África Oriental ya hablaba de innovación y emprendimiento como base del desarrollo económico!


Hoy Ruanda es una de las naciones más prósperas de África y sus indicadores económicos y de desarrollo humano dan lecciones al resto del mundo en vías de desarrollo. Sus niveles de gobernabilidad y transparencia superan al promedio del de las naciones latinoamericanas y ha dado pasos sólidos en el indicador de Facilidad para hacer Negocios ocupando el lugar 30 en su última actualización, muy por arriba de México en el lugar 60, Colombia en el lugar 67, Brasil en el 124 y Argentina en el 126. Después del ultraje de cientos de miles de mujeres en 1994 hoy Ruanda lidera el mundo en materia de avances de equidad de género y es hoy un modelo de inclusión de la mujer en la actividad gubernamental y privada. Más de 30 empresas multinacionales producen desde Ruanda todo tipo de bienes para el mercado africano e internacional atrayendo capital tecnológico e intelectual a su territorio en donde ya existe incluso un campus de la Carnegie Mellon University que impulsa proyectos productivos en una economía en donde el 85% del PIB es producido por la iniciativa privada.


Las guerras fratricidas en Ucrania y Ruanda nos recuerdan lo poco rentables que son los conflictos armados en un mundo donde el conocimiento y la innovación no pueden apropiarse a fuerza de machetes ni de misiles. El caso ruandés nos muestra que por más atroz que haya sido un conflicto, en última instancia los machetes y los fusiles pueden cambiarse por laptops e incluso los conflictos entre pueblos hermanos pueden encontrar soluciones viables.

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