Recuerdo que durante la pandemia solía decirse que todos vivíamos la misma tormenta en diferentes barcos. Los contrastes eran evidentes, en medio de las desiertas calles del poniente de la Ciudad de México nunca dejaron de verse a esos hombres que siempre caminan con mochilas a sus espaldas para llegar puntuales a la cita de los empleos para los que el home office fue imposible. ‘O me muero por el virus o me muero de hambre‘ −contestaban con toda lógica realista a aquellos que cuestionaban su atrevimiento de salir a las calles y ‘esparcir la temible enfermedad’. Luego estaban los otros, los que como una amiga calmaron su ansiedad haciendo compras compulsivas por internet y un poco adicta a los bolsos de diseñador me repetía condescendientemente que eran una mejor inversión que el oro.
Con la pandemia llegó la otra tempestad, la de la inflación que también mojó disparejo, pegando de frente a los hogares que menos tienen con un incremento en el costo de vida de 20.15% en México al tiempo que todas firmas de lujo sin excepción vieron crecer su facturación exponencialmente y sin parar. Hoy sabemos que el resultado social de la pandemia fue un incremento rotundo de la desigualdad: los ingresos globales combinados de todos los trabajadores en el mundo cayeron $3.7 billones de dólares (trillions en inglés) mientras que el patrimonio de los multimillonarios creció $3.9 billones en el mismo periodo, vaya que casi se compensaron uno con el otro.
Todos sabemos que la inflación profundiza la desigualdad, ¿pero será posible que la desigualdad agudice la inflación? En una economía de mercado la cantidad de bienes ofertados y la disposición de las personas para comprarlos se equilibran determinando el precio de las cosas. Si alguien está dispuesto a pagar más y en la cantidad suficiente los precios simplemente siguen subiendo y, las empresas pueden permitirse vender incluso menos artículos a un mayor precio siempre que esto aumente sus márgenes. En otras palabras, aunque la mayoría de la población deje de comprar un bien, si existe un segmento social con la suficiente riqueza y voluntad para pagar más por lo mismo entonces las corporaciones seguirán aumentando sus precios.
De hecho, esto es justo lo que ha pasado en los últimos tres años. Después de una caída en el segundo trimestre de 2020, los márgenes netos de las compañías del S&P500 no han dejado de crecer y lo hacen muy por arriba del índice de precios al productor. Esto es claro en las llamadas de resultados trimestrales de las principales empresas de consumo del mundo: ‘un poco de inflación siempre es buena para nuestro negocio‘ −dijo Rodney McMullen, CEO de Kroger, uno de los mayores consorcios de supermercados en EE.UU. ‘Revisamos marca por marca y seguiremos aumentando los precios tanto como los consumidores lo aguanten‘ −frase de Garth Hankinson, CFO de Constellation Brands, dueña de Modelo o Corona entre otras bebidas. También lo explica Stewart Glendinning, CFO de Tyson Foods uno de los principales procesadores de res, pollo, puerco y comida preparada del mundo quien dijo ‘nuestros incrementos en precios generaron ingresos adicionales por $2.1 mil millones de dólares durante un solo trimestre, esto más que contrarrestó el incremento de nuestros costos de $1.6 mil millones generando incrementos en nuestras ganancias netas‘.
En realidad, el objetivo de las empresas por maximizar sus utilidades no tiene nada de malo y es de hecho el combustible que alimenta nuestras economías de mercado. Este aparente oportunismo de hecho es frecuente en eventos de estrés financiero como las guerras o los desastres climáticos que generan ciclos altamente inflacionarios y que son aprovechados por las empresas para subir agresivamente los precios porque los consumidores han interiorizado la idea de que todo subirá. Esto es justamente el fenómeno de greedflation o inflación por avaricia, término popularizado en recientes semanas cuando una institución tan seria como el Banco Central Europeo declaró que las empresas están tomando ventaja de la inflación volátil para incrementar excesivamente sus márgenes. Esto contrasta con el imaginario colectivo de que la alta inflación fue primordialmente el resultado del cierre de puertos y fábricas por el Covid-19, barcos atorados en el Canal de Suez, empleados que ya no quieren trabajar o los conflictos bélicos en Ucrania, entre mil explicaciones que por sí mismas parecen ya no sostenerse.
La economista alemana Isabella Weber de la Universidad de Massachusetts-Amherst publicó este año un estudio que ha ganado fama rápidamente. Ella indica que la inflación postpandemia ha sido causada principalmente por empresas que poseen un gran poder al operar en economías cada vez más oligopólicas: pocos consorcios representan la mayor parte de la producción en muchos sectores y esto les permite fijar precios a su antojo al carecer de la competencia necesaria para que el mercado funcione eficientemente. Entre más sectores oligopólicos existen en un país, mayor será el efecto de la llamada inflación por avaricia. En mi opinión, si a esto agregas una amplia desigualdad de ingresos por la que una enorme porción de consumidores pierde la voz y su renuncia al consumo no importa a nadie, surge la vía libre para que las empresas empujen exageradamente sus precios y aumenten sus márgenes vendiendo a un grupo de consumidores que, sin ser la mayoría, puede y está dispuesto a pagar más.
En México este fenómeno se vive a niveles aplastantes sobre la mayoría pobre. Un estudio de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos y mencionado por la Dr. Viridiana Ríos por la Universidad de Harvard determinó que el 68% de la inflación en México durante 2022 se debió al incremento en las utilidades de las empresas. En EE.UU. por su parte el 54% de la inflación se explica por el aumento en las ganancias corporativas haciendo de ambos casos escandalosos en países donde la proporción de personas que no puede costearse los mínimos satisfactores de vida se incrementa abrumadoramente. En opinión de Ríos la inflación tiene claramente un componente de lucha de clases y el poder oligopólico de las empresas hace que las familias mexicanas paguen 98% más de lo que deberían por la canasta básica debido a sobreprecios.
Si bien la inflación en el mundo ha dado signos de disminuir, los riesgos de la llamada ‘inflación de vendedores’ persisten con el ímpetu de subir precios hasta que los consumidores que pueden pagar más lo sigan permitiendo.
Gracias Alfredo, excelente análisis..