Nuestra actividad en internet no para de crecer en un mundo cada vez más digital y todos los días cada uno de nosotros genera un rastro de datos personales que no desaparece jamás y que en muchos casos está al alcance de cualquiera. Honestamente, la privacidad de mi huella digital me tenía un poco sin cuidado, ¿por qué tendría que preocuparme si no tengo nada que ocultar? −me decía yo ingenuamente. La respuesta tiene que ver con la diferencia entre lo confidencial y lo privado; a manera de ejemplo, no es confidencial lo que todas las personas hacemos dentro de un baño, pero sí es privado.
Si bien la información personal puede no tener mucha relevancia en lo individual, su verdadero poder se materializó en la primera década de este siglo cuando el Big Data logró agregar estos datos para conocer a una persona a veces mejor que sí misma, con ello se logró segmentar a la población entera de un país por sus rasgos de personalidad y a partir de esto poder predecir, pero sobre todo influir en su conducta.
Los expertos en el comportamiento humano explican este control a través de algoritmos que fungen como cajas de resonancia que mantienen aislado al usuario de redes sociales de pensamientos contrastantes y que lo exponen a temáticas y personas que comparten siempre sus mismos intereses, deseos y miedos, creando la ilusión de que sus ideas son mayoritarias. Al crear estas burbujas de pensamiento los algoritmos pueden fácilmente convencernos de comprar un cierto producto o adoptar una cierta idea mediante el mecanismo de la reafirmación selectiva. El valor de obtener información de las personas a través de su rastro digital resultó evidente pues las empresas podrían segmentar y entender de una mejor manera las necesidades de sus clientes e incluso anticiparse a las mismas, lo cual en cierta forma parece loable; ¿pero qué sucede cuando esa inteligencia es usada por un grupo particular de personas para influir en decisiones colectivas, como el voto?
Se tiene registro que el análisis predictivo de datos privados fue usado políticamente por primera vez en la campaña de reelección de Obama en 2012. Un grupo de jóvenes voluntarios idearon la primera gran campaña digital en la historia para identificar y segmentar en redes sociales a los votantes indecisos y bombardearlos con mensajes sobre temas que les preocupaban. Estas herramientas pueden parecer hoy arcaicas, pero fueron el inicio de la focalización digital que cambió la historia política en los últimos 10 años.
En 2015 The Guardian hizo público el revelador caso de Cambridge Analytica, una empresa privada basada en Londres dedicada al análisis de macrodatos de millones de usuarios de Facebook y otras fuentes para el posicionamiento de candidatos e ideas políticas. Con la participación de los llamados data brokers la empresa accedió a información privada poco protegida para lograr la victoria de sus clientes en procesos electorales de Malasia, Lituania, Rumania, Kenia, Ghana, Nigeria, Trinidad y Tobago, así como en los resultados favorecedores para Trump y el Brexit. Resulta revelador que los servicios de esta empresa no hayan tenido una buena acogida en Europa continental, no sólo porque en 2016 fue promulgado un Reglamento General de Protección de Datos sino, sobre todo, porque existe en la conciencia colectiva de sus gobernantes el recuerdo de las prácticas de recopilación sistémica de datos personales que permitió a los Nazis instrumentar el Holocausto. Actualmente las regulaciones europeas, aunque todavía con oportunidades, son referentes en el combate a la expoliación y el uso de datos privados como un derecho humano fundamental.
El combate a este totalitarismo digital ha tenido varias fases. En 2019 el senador estadounidense John Kerry promulgó el Own Your Data Act, una propuesta que considera que todo individuo debería tener derechos de propiedad sobre los datos que genera, obligando a las empresas tecnológicas a celebrar contratos de licenciamiento e incluso a compartir parte del beneficio económico con sus usuarios por el uso de sus datos. La idea de ser dueños de nuestra información fue de hecho promovida por Brittany Kaiser, una alta ejecutiva de Cambridge Analytica que en un ejercicio de arrepentimiento colaboró como una de los principales informantes del caso y es hoy una activista de la privacidad digital y protagonista del documental de Netflix Nada es Privado.
Hoy en día el enfoque preponderante en la protección de datos personales es considerarlos no como un activo comerciable sino como un bien público que puede mejorar a la sociedad en su conjunto a través de su debida custodia. Es decir, garantizar mediante la ley que los datos personales fluyan sólo a usos deseables y siempre a la luz pública. Mientas llegamos a ese nivel no olvides leer al menos los términos y condiciones de tus aplicaciones, podrías estar protegiendo no sólo tu identidad sino tu libertad política y de pensamiento.
Imagen: Brittany Kaiser / Alfredo Nava Escárcega (Ciudad de México, Diciembre 2019)
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