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Foto del escritorAlfredo Nava Escárcega

¿Por qué trabajamos tanto?

—Hola, ¿cómo has estado? —Muy bien, con mucho trabajo, ¿y tú? Esta frase agridulce resume nuestra compleja relación con el trabajo y el tiempo que le dedicamos. En la medida que el concepto de éxito laboral comienza a transformarse, dando mucho más peso al bienestar personal y al equilibrio, muchas personas en el mundo corporativo cuestionan la utilidad de las largas jornadas laborales que incluso aumentaron con el trabajo remoto. Recientes estudios concluyeron que en promedio 45% de las personas que cambiaron a un trabajo remoto trabajan más o mucho más que antes y, más alarmantemente, un 75% reporta no dejar de trabajar ni en fines de semana.


¿Por qué trabajamos tanto? Veamos las respuestas de dos científicas que si bien no coinciden en el diagnóstico sí apoyan una misma solución. Juliet Schor es una economista social que ha investigado la relación entre productividad y el tiempo libre, de hecho, sus estudios han causado tanto interés que hace una semana habló del tema durante el TED2022 compartiendo escenario con Bill Gates y Elon Musk. Juliet explica que con la llegada de la Revolución Industrial en 1760 el tiempo de trabajo aumentó en todo el mundo, llevando a las personas (particularmente mujeres e infantes) a trabajar 16 a 18 horas diarias a veces hasta la muerte. Luego entre 1870 y 1970 los incrementos en productividad y sobre todo las presiones sindicales redujeron las jornadas laborales de todos los países industrializados. Sin embargo, a partir de 1970 y hasta hoy las jornadas laborales no se han reducido (con algunas excepciones en Europa) e incluso en algunos países como Estados Unidos y México parecen crecer.


La pregunta del millón que ella nos plantea es cómo usamos los avances tecnológicos y los incrementos en productividad, ¿los usamos para producir lo mismo y tener más tiempo libre o terminamos usando ese tiempo ahorrado para trabajar y producir aún más? Juliet considera que la mayor parte del mundo se ha ido por el segundo camino ya que los empleadores empujan siempre por lograr mayores niveles de producción y casi nunca por dar más tiempo libre a sus empleados. Se crea entonces un círculo perverso en el que los empleados trabajan más horas de las que desean mientras que otros no tienen empleo. Para el empleador, la contratación de menos trabajadores que produzcan más permite mantener los costos bajo control, beneficiándose además de una tasa de desempleo elevada que le permite acceder todo el tiempo a empleados dóciles y agradecidos por el trabajo, dispuestos a encarar jornadas extendidas para cumplir objetivos de producción cada vez más ambiciosos. Claramente, extender el horario no formal de trabajo es una manera fácil de pagar un salario más bajo por hora.


Es segundo lugar Ashley Whillans, investigadora del Harvard Business School, nos propone una respuesta distinta. Ella considera que de hecho nuestro tiempo libre sí ha aumentado en las últimas décadas pero que simple y sencillamente no nos hemos dado cuenta. En su visión esto se debe a que nuestro tiempo libre ahora está fragmentado en pequeños minutos a lo largo del día, un fenómeno que varios han denominado tiempo en confeti. El multitasking y la permanente conectividad impiden que disfrutemos de tiempos de ocio prolongados. Nuestro día se divide en un sinfín de pequeñas tareas de bajo impacto como responder cientos de mensajes y correos o unirse a reuniones eternas en las que nuestra participación no tiene razón de ser. Contestamos mensajes del trabajo tratando de no caernos de la caminadora o nos sumamos a reuniones virtuales en medio de caminatas vespertinas con nuestros perros. Según su idea tenemos más tiempo libre, pero éste nunca fue tan poco reparador pues el cerebro nunca se desconecta del trabajo.


Es sorprendente ver cómo hace 100 años se pensaba que la tecnología nos haría libres. El famoso economista Keynes escribió en 1930 un ensayo que denominó las Posibilidades económicas de nuestros nietos. Allí predecía que la tecnificación del mundo elevaría a tal grado la productividad que bastaría una jornada laboral de tres horas al día para alcanzar buenos niveles de vida. Esta proyección como muchas otras de los economistas no se cumplió, pero nos hace reflexionar sobre qué hemos hecho como humanidad con todo el tiempo que la tecnología nos ha ahorrado.


Personalmente creo que las explicaciones de Juliet Schor y Ashley Whillans son ambas ciertas y de hecho que se retroalimentan: en ausencia de contrapesos los empleadores prefieren siempre a trabajadores con jornadas ampliadas antes que contratar a empleados adicionales; al mismo tiempo, cuando los empleados estamos sujetos a jornadas más largas nuestra productividad disminuye, comenzamos a perder mucho tiempo a lo largo del día en un esfuerzo por recuperarnos cognitivamente, cosa que difícilmente sucede si nuestro tiempo libre es un confeti.


Curiosamente, a pesar de no coincidir en el origen del porqué trabajamos tanto, los expertos están sugiriendo un primer paso para romper este círculo vicioso: la semana laboral de cuatro días. Hace unos 100 años se redujeron las jornadas ordinarias de seis a cinco días en la mayor parte del mundo y, hay evidencias sólidas para pensar que estamos listos para dar el siguiente paso. De hecho, este cambio ya se está logrando en algunos países promovido ya sea por el camino de la presión sindical o bien por el de la competitividad. En el primer caso tenemos a Bélgica, un país con una larga tradición de defensa de los trabajadores que recién en febrero de 2022 aprobó una reforma laboral que reduce la jornada a 38 horas semanales, allí el trabajador podrá elegir entre reducir su jornada diaria o bien concentrar el trabajo en cuatro días a cambio de tener tres días libres. Además, se constitucionaliza el derecho a la desconexión permitiendo a los empleados a apagar sus aparatos e ignorar mensajes fuera del horario de oficina. El segundo caso es el de los Emiratos Árabes Unidos que, en un esfuerzo por continuar atrayendo talento humano global, ha decidido además de su política de cero impuestos, establecer como un nuevo incentivo la semana laboral de cuatro días y medio, algo impensable hasta hace poco en el mundo árabe.


En los últimos dos años se han implementado pruebas piloto en centenares de empresas de todo tipo de tamaños, sectores y en diferentes países con un mismo resultado, trabajando entre 32 y máximo 39 horas a la semana la producción de dichas compañías en ningún caso se ha visto afectada, por el contrario, auto obligándose a reducir sus jornadas estas empresas han eliminado naturalmente las actividades relleno, han promovido una mayor eficiencia en sus procesos y han logrado una mayor permanencia de sus empleados quienes ahora gozan de una mejor salud mental.


Evaluar porqué trabajamos tanto permitirá comenzar a usar nuestras ganancias de productividad no para retroalimentar un ciclo interminable de producción, sino para elevar nuestra calidad de vida y hacer valer que los seres humanos debemos trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

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