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Foto del escritorAlfredo Nava Escárcega

Sueldo básico universal: ¿merece la pena intentarlo?

Regalar dinero es algo que eriza la piel a muchos; algunos lo consideran una manera populista de ganar elecciones y otros una forma inútil de apoyo que va en contra del viejo adagio mejor enséñale a pescar. Ahora imagina que toda persona recibiera un ingreso garantizado e incondicional no por hacer o dejar de hacer algo, sino por el simple hecho de existir.


El Ingreso Básico Universal (IBU) es una propuesta cada vez más seriamente debatida en los círculos académicos, políticos y empresariales del mundo y consiste precisamente en entregar una suma de dinero a toda persona de manera incondicional y universal. Hay dos grandes causas atrás de esta idea aparentemente descabellada, por un lado, el aumento de la desigualdad económica en todo el planeta que deja invisibilizado a un segmento de la población considerado irrelevante para fines de producción y de consumo y, por otro lado, la inteligencia artificial y la automatización masiva que amenazan con borrar del mapa a una buena parte de los empleos del mundo.


Por el lado de las motivaciones nos encontramos también dos tipos de promotores, por un lado, los empresarios más ricos del mundo como Mark Zuckerberg, Richard Branson o Elon Musk se han manifestado a favor del IBU como una herramienta necesaria para permitir la continuación del capitalismo. Estos personajes parecen tener bien claro que si las personas son sustituidas por maquinas al poco tiempo pocos podrán participar del juego de la economía pues ultimadamente los robots no compran. El segundo grupo de promotores se basa en una defensa a la dignidad humana argumentando que el IBU permitiría erradicar la pobreza y crearía un piso parejo para que todos los individuos desarrollen al máximo sus capacidades, sencillamente porque cuando tienes la comida y el techo resuelto puedes ser más libre.


Me parece muy curioso que tanto los capitalistas de hueso colorado como los idealistas del socialismo comiencen a defender a la par al IBU. Lo primero en reconocer es que ya hoy existen políticas públicas que no están muy lejanas de esta idea. Las formas de pago universal más destacables son los apoyos y becas a los niños y adolescentes y sobre todo las pensiones a los adultos mayores que, por ejemplo, hace más de 100 años fueron consideradas en la Constitución Mexicana como un derecho individual. Más recientemente la pandemia hizo además que algunos gobiernos intensificaran el otorgamiento de apoyos económicos y que muchos se hayan manifestado por convertirlos en permanentes.


¿Cuáles son los retos de esta utópica idea? Para muchos la principal preocupación es que la gente pierda todo incentivo para trabajar y que la humanidad se convierta en personajes gordos de caricatura sentados en sillas automáticas mientras los robots nos atienden. Personalmente creo que esta preocupación ignora que el trabajo no sólo es un medio para conseguir comida y abrigo, sino sobre todo cumple una función transcendental ya que el trabajo es también una fuente de autorrealización y felicidad. Por otro lado, el IBU no significa dar recursos ilimitados a todos, sino que se limita a otorgar una renta que permita cubrir apenas las necesidades básicas de una persona. Es difícil pensar que el apetito humano se satisfaga con tan poco, pues bastará que todos tengan al menos lo mismo (satisfactores básicos) para que la mayoría quiera más y la inventiva y el trabajo humano no se detengan. De hecho, los experimentos del IBU en el mundo han mostrado que éste no mata las ganas de trabajar, sino por el contrario aumenta la libertad de los trabajadores quienes gracias a éste pueden rechazar empleos peligrosos, aburridos o informales. También se observa que el IBU intensifica el trabajo típicamente no remunerado como el cuidado de los niños, ancianos y enfermos, el arte y la cultura, así como los emprendimientos sociales sin fines de lucro.


Sin embargo, el reto más importante es sin duda el presupuestario pues los gobiernos parecen no tener los recursos suficientes para fondear una idea así de ambiciosa. Usemos como ejemplo los países miembros de la OCDE, que, si usaran todo el dinero actualmente destinado a programas sociales y en su lugar crearan un IBU, resulta ser que tan sólo podrían otorgar a sus habitantes más o menos el 50% del nivel de ingreso necesario para no ser pobre. Es decir, el IBU se quedaría a la mitad de satisfacer las necesidades básicas de una persona.


En México los números muestran un reto incluso más complejo. El Coneval considera que se requiere un ingreso mensual de $10,080 pesos para que una familia de 4 personas al menos pueda alcanzar a cubrir la canasta alimentaria básica, es decir unos $2,520 pesos por persona para apenas superar la pobreza extrema. Otorgar a cada mexicano un IBU por esa cantidad requeriría un monto anual de 3.8 billones (millones de millones), equivalente al 54% del gasto actual del gobierno de México. Con esto se descobijarían otras acciones de gobierno por lo que hoy sólo sería financieramente viable entregar un apoyo (nada despreciable) de $1,480 pesos mensuales a cada mexicano sin sacrificar el resto de los programas de desarrollo social que ya existen, incluyendo educación, salud, vivienda, recreación, cultura y medio ambiente. Con esta cantidad estaríamos asegurando cubrir el 60% de la línea de pobreza extrema (alimentaria) de todos los mexicanos sin comprometer las finanzas públicas.


Las evidencias sugieren que sí, vale la pena intentarlo de manera gradual y acotando los riesgos; después de todo, el gobierno ya hoy gasta este mismo dinero quizá de maneras más ineficientes.


La pandemia expuso crudamente las deficiencias del sistema económico actual y ha abierto una ventana de apoyo al IBU. No es de extrañar que veamos esta idea dominar la agenda política de varios países y que de hecho sea una propuesta central de campaña que los partidos políticos de oposición enarbolen en las elecciones federales de 2024 en México.

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